lunes, 24 de junio de 2019

EL PATÓN

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Yo vivía en Los Flores de Catia, desde donde el gobierno de Pérez Jiménez tumbó todo esos cerros para construir lo que hoy llamamos 23 de Enero, me eduqué en el colegio Cristo Rey, Cañada de la Iglesia que, creo aún existe, hasta el tercer grado, aunque lo tuve que repetir aquí en la avenida San Martín después de mudarnos. Lo cierto del caso es que pasé una infancia feliz junto con toda la muchachera que vivía por ahí; en esta oportunidad se había muerto un señor grandote que no usaba zapatos, ni alpargatas porque no le cabían los pies en ningún calzado, además que era muy pobre, vivía en un ranchito de tablas, donde sólo cabía su cama, más pobre que el mío, donde yo vivía junto con mi mamá. Una vez que dan la noticia de que el hombre está muerto, vienen los bomberos a sacar al Patón de su rancho, que así era como se le nombraba en la comunidad; por supuesto yo no me iba perder ese acontecimiento, aunque tuviera seis años; allá me fui, como a dos o tres cuadras de mi casa, y a todas estas yo no sé dónde estaba mi mamá que me dejaba recorrer tanto sin llamarme. Observé bien a los bomberos cuando lo bajaban  para introducirlo en la ambulancia, cuando se lo llevaron, luego lo trajeron y lo dejaron en una casa que no era familia de él para el velorio. En esa casa acomodaron una mesa con una tela azul manto de la Virgen, lo colocaron arriba de una mesa y le dejaron afuera los pies. Alrededor le pusieron un altar y el pocotón de velas para acompañarlo y pedir por la salvación de su alma. Desde ese momento en que yo lo ví, me decidí que "le iba a tocar las patas al patón", pasé por su lado,  ví a todos los que estaban rezando, estaban sentados con sus oraciones y yo pensando en la forma en que debería tocarle las patas al Patón, sin que me regañaran; caminé hacia la salita, me devolví hasta la salida, me paré en la puerta de la calle y volteé para dentro, miré a cada uno de los rezanderos y me percaté que nadie me tomaba en cuenta, volví a entrar y salí de nuevo y al pasar al lado del cadáver le pasé las manitas por los dedos, sin que alguna emoción, ni sensación extraña me estremeciera, con la misma me fuí para mi casa pensando en la muerte de aquel pobre hombre grandotote, sin familia, al que todos llamaban El Patón. 
Y yo a veces me quejo de la tremendura que hay en mi familia.