lunes, 8 de marzo de 2021

QUE TRISTEZA SIENTO HOY

Monseñor Manuel Antonio Pacheco 
Rector de Santa Capilla de Caracas, hasta 1967
 Hoy siento tristeza por esas mujeres: La historia pudo haber empezado asi: Una familia de Isnotú, cuyo hijo quiso ser sacerdote, y todo el mundo se entusiasmó y celebró porque para las familias de esa época no había nada, absolutamente nada que agradara, que enorgulleciera más que un familiar con una orden sacerdotal y encargado de una iglesia, nada más y nada menos que la iglesia de San Mauricio, que luego la conoceríamos como Santa Capilla, en todo el centro de Caracas a una cuadra de la Catedral (Quizás no fue así) Se mudaron dos hermanas y una sobrina: La señorita Ana Josefa, la otra olvidé el nombre, pero creo que era algo como Elvia o Evelia, creo que era la mamá de mi madrina, sufría de depresión y cuando eso sucedía la llevaban a una casa de reposo para que pasara allí unas semanas y nosotras la íbamos a visitar; y la señorita Frandina, que al final me llevó a confirmar porque mi mamá me dijo que se lo sugiriera y ella aceptó con una sonrisota, era la persona más especial de ese hogar. Yo conversaba mucho con la señorita Ana J., le recitaba versos, que componía, le cantaba canciones y ella se divertía en su soledad conmigo. Mi madrina era muy alta, distinguida, tenía una conversación muy inteligente con las personas que la visitaban, uno que recuerdo era un caballero David Senior, que  según se supo murió en un accidente automovilístico después de comprar y manejar un carro antiguo; recuerdo la nota luctuosa en el periódico y la sensación de pesar, quizás pensaba que eran novios y se le había muerto; yo veía a mi madrina como especial porque hablaba en inglés con algunas personas que la visitaban, tenía don de gente, andaba entaconada todo el día y sólo usaba vestidos y se veía muy preparada, era la que resolvía todos los menesteres de la casa parroquial, atendía a su tío el Monseñor y creo que era la que escribía y redactaba en la oficina; tenía nariz aguileña y el pelo corto, se cambiaba de ropa todos los días, porque mi abuela le lavaba todos los días. Bueno, cuando sucedió el terremoto de 1967, la Santa Capilla quedó muy deteriorada y tuvieron que mudarse para la avenida Panteón, cerca de una esquina, cuando fuí a visitarlas (1972-73), luego de graduada y trabajando, casada y con una bebé sólo pude hablar con la señorita Ana J., la casa era chiquitica a diferencia de la casa parroquial, me contaba mi abuela que un matrimonio portugués las atendía y era muy celoso con ellas, no las dejaba comunicarse, luego supe que se habían ido a Italia, me imagino para estar cerca del Papa y del Vaticano, y estas personas se habían quedado con la casita y sus bienes. Hoy la madurez me dice que sus vidas también se ordenaron a ese convento que era la iglesia, junto con Monseñor Manuel Antonio, se dedicaron a rezar nada más, no tenían salidas y cuando lo hacían era en un vehículo cuadradito pequeño, no sé si era volvo, que yo leía, que era usado para resolver problemas administrativos. Por supuesto que la mamá de mi madrina se sentía presa y le daba por deprimirse, es lógico, eran unas mujeres jóvenes, muy dignas, que guardaban la compostura constantemente, no se escuchaban histerismos, ni risas locas, ni gritos, todo era conversaciones sanas, respetuosas, y trascendentes, no había radio, canciones, ni cantaderas (la única que cantaba era yo) lo único era la televisión a la hora de almorzar y luego la apagaban, después se iban a descansar y nosotras las dos niñas nos sentábamos frente al televisor a ver películas mexicanas. Me da tristeza pensar en que se fueron a un país extraño, idioma diferente, solas, tres ancianas, porque ya Monseñor había fallecido, sin que nadie estuviera pendiente de ellas, y nosotras que éramos lo que tenían más cerca no nos ocupamos de ellas y las olvidamos sin pensamientos amorosos para esos seres que nos habían consentido tanto. Que tristeza siento hoy día por ellas. La inconsciencia es la que nos hace cometer errores. 

              Monseñor y su hermana Ana Josefa Pacheco


 Nadie es eterno en el mundo