sábado, 26 de junio de 2021

PARECE QUE SE AMABAN


Recuerdo que cuando tenía dieciséis años, un familiar cercano a mi, se había cambiado de religión, a mi eso me parecía extraño e inaceptable, y teníamos largas conversaciones, tipo contienda donde ninguno de los dos iba dar su brazo a torcer, cuando hablábamos de la Biblia; pasábamos horas discutiendo puntos de vista, mas personales que religiosos.


Él con su veteranía y yo con mi inocencia, que me sabía al dedillo la Biblia y no iba a dejar que me ganara su punto de vista; a los días de haber ingresado en la iglesia evangélica, estaba enamorado de un mujerón para él, porque era flaquito y bajito, a los pocos meses decidieron casarse. Mi familiar diría que lo que va servir, sirve desde el principio; ella con un escandaloso vestido blanco, amplio, con falda larga y él vestido de negro. Y llegó la hora en la cual la señora de la casa se venía a mudar, a tomar posesión de su casa, cuando la veo entrar: con ¡dos hijas! como de diez, once años, ¡cuatro gallinas!, ¡un gallo!, ¡dos jaulas!, ¡otros animales!, ¡unas palomas!, ¡unos colchones!, y ¡un sinnúmero de peroles!, que yo para no ser indiscreta, me fuí a mi casa, a condolerme  de la situación de mi familiar con el tremendo embarque que se había ganado, ¡digo yo!. Lo que se ve no siempre es lo cierto.

Todo aquel desastre en un piso de cemento pulido, las gallinas cacareando por toda la casa, las palomas revoloteando y ensuciando. Un auténtico pandemonium; las jaulas en la sala, un horror, horroroso.

Así  que a pensar muy bien con quién es que nos vamos a casar