martes, 18 de diciembre de 2018

LA PRINCESA ZULIA

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Estado Zulia

Hace mucho tiempo, el cacique Mara, vivía en un poblado a orillas del lago y tenía un hijo llamado Guaimaral, quien decidió hacer un largo viaje para aplacar una silenciosa y honda tristeza que le pesaba en el pecho, con estas palabras se despidió de su padre: Padre estoy triste, estoy cansado de buscar la alegría y no la encuentro, quizás si emprendo un viaje, cuando vea los ríos, tomaré agua fresca y lavaré con ella mi rostro para que se lleve mis angustias, mi dolor, mis ahogos, necesito quitar el color tan grisáseo de las nubes que aduerme mi alma haciéndola llover, aunque no lo creo, pero estoy triste y no sé por qué estoy triste.
Guaimaral tomó viaje, navegó hacia el sur, se internó por la boca del río Catatumbo y llegó a las tierras del cacique Cúcuta y, con el amor, volvió a latirle el pecho de alegría. En estas tierras, fue muy bien recibido y unos meses después celebraron el matrimonio con una de las hijas del cacique, aunque la felicidad duró poco, pues la joven murió dejándolo sólo, otra vez.  
Con una tristeza más fuerte que la anterior, Guaimaral decide continuar su viaje, pero hacia las montañas, aún escuchando los ruegos del cacique, que le ofrecía alguna otra de sus hijas para hacer sonreír su corazón; pero con la seguridad que le ofrecía el infinito, inició su viaje, con una desesperación tan increíble como atrapado por fuerzas arrebatadoras que no era capaz de hacer oposición.
Remontó el río, llegó a las tierras del gran cacique Cínera, que vivía con su hija Zulia, y que al solo verla se sintió atraído irresistiblemente, locamente enamorado y en ese momento se dio cuenta que ese imán que lo atraía inconscientemente era Zulia, que lo llamaba a través de la distancia.
Este amor, crecía, y se alimentaba como una hoguera de ellos mismos, se casaron y la tristezas de Guaimaral fueron desapareciendo ya que en su lugar se estaba implantando la fuerza de este gran amor, como un ramillete de olorosas flores que impregnaba el ambiente con su frescura.... pero un día llegaron unos hombres blancos, codiciosos, malos, sembradores del terror, con incomprensibles armas que de un fogonazo mataba a los indígenas, queriendo robar sus tierras, sus riquezas, sus propiedades, sus mujeres.. y se fueron todos a combate.
La princesa Zulia era una mujer valerosa, sobresalía ante todos, por la destreza que exponía ante sus compañeros de lucha, hasta que sin saber cómo, de dónde, un disparo de arcabuz la hizo caer en brazos de la diosa muerte, que sabiendo lo bella y valerosa que era, con orgullo la arrancó de su preciosa vida.
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Desesperado y devariando de dolor, montó en una canoa y con gritos lastimeros, iba llamándola  por el cauce del río:  ¡¡¡¡¡¡¡ZULIA!!!!!!! ZULIA!!!!!!!ZULIA!!!!!!!, 
como si con nombrarla le devolviera la vida tan atrozmente arrancada, mientras densas lágrimas corrían por su rostro y aumentaban las aguas circundantes.

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