sábado, 24 de agosto de 2019

EL GATO MONTÉS

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Trabajando en Barlovento, año 1969, el grupo me preguntó si quería dar un paseo por los camburales, cacaos y demás plantas que se extendían a lo largo y ancho del río Tuy; como yo venía de Caracas, me sentí complacida con esa oferta y le dije a los alumnos que si, le pregunté a los varones si nos iban a acompañar y ellos contestaron que no, está bien, me iré solamente con las hembras, unas niñas de 9 a 12 años; nos adentramos en la selva poco a poco, ellas me iban enseñando los árboles y sus nombres, y yo complacida, feliz porque era una situación nueva que estaba viviendo, y la estaba disfrutando. Entre risas y chistes seguíamos caminando hasta que...escuché unos rugidos y pensé, si fuera tigre, se escucharía fuerte, entonces debe ser un gato montés, traté de abrazarlas a todas, pero imposible, les dije que agarraran piedras, palos, cosas con qué defendernos, de aquel animal que rugía, pero no se presentaba, no aparecía, sólo se escuchaba el rugido detrás de los árboles, no nos atacaba.  Entonces me detengo y le propongo a las niñas que nos devolvamos, porque ese gato montés no nos quería en su selva, yo les  hacía recomendaciones, miles por si acaso se nos venía encima, hacía que camináramos todas pegaditas, de manera de repeler el ataque. Yo si notaba que las niñas no tenian miedo, cuestión que me consolaba, bueno me decía yo, por lo menos no ando con gente cobarde, y empezamos a devolvernos siempre mirando para atrás, por si acaso; cuando de pronto todos los varones del salón aparecieron dando un rugido espectacular y riéndose a carcajada limpia, yo me quedé como estatua de sal, petrificada para después también soltar mi risa nerviosa y pelearles cariñosamente el engaño. 
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