Según como va la vida, unas veces en el platillo derecho, otras en el platillo izquierdo, unas veces arriba, por supuesto venciendo; otras veces abajo, llevando golpes, puñetazos y patadas.
Construí mi vida, mi existencia sobre la base de "pensar en mi futuro", "pensar en mi vejez", apoyarme en mí misma para no depender de nada ni de nadie, sostenerme, sola o acompañada, llevando mis días finales pintando, cantando, escribiendo, leyendo, mirando los nietos desde mi posición de abuela, sin opinar, porque no me corresponde, sólo dar amor.
Ese año fue el último viaje de turismo que hicimos hacia Mérida, Ciudad de los Caballeros, en la cordillera andina, donde está el pico Bolívar, el más alto de Venezuela; la bebé Victoria tenía seis meses y estaba desesperada por caminar; conseguimos una posada de dos habitaciones con tres camas y una litera, baños, cocina, estar, tv, cerca de un río de aguas frías y transparentes, bajábamos a un patio grandísimo, con bastante vegetación, fresas, flores, parque, y de ahí nos íbamos al río, donde los niños se bañaban, aguantando esa frialdad, a la que no estábamos acostumbrados ya que somos de tierra caliente: el centro de Venezuela.
Siento pena por todos esos que se alían con el enemigo para dañar lo que es mío, donde yo vivo, despreciar la Patria, despotricar de la Patria, para devolverse a la Patria cuando todos los desprecian acusan, vituperan, cuando vienen enfermos de cuerpo y alma, como el hijo pródigo, y como hijo pródigo se volverá a ir, porque es desarraigado.
Hoy, con una contagiada de coronavirus cerca, una maestra jubilada, que no recuerdo si entró a mi casa cuando se le entregó la caja de comida de la gobernación, estoy aterrada, de pensar en la muerte cuando tengo tantas cosas que hacer, ahora que termino de realizar un taller de redacción para que me den la opción de trabajar por internet España, y como ya nos quitaron la tv por cable, pues probablemente sigan con su acoso para doblegarnos en Venezuela.
Por lo pronto estoy feliz de que haya llegado gasolina a nuestro país, pues le faltaban los insumos para producirla, además del robo de la refinería Citgo, que tampoco podía enviarla.
Es tanto, pero tanto el daño que nos sigue llegando del norte, que es imposible enumerarlo todo, pero que todavía hay gente que adora a su dios de barro, pelea por él, se le arrodilla y le rinde pleitesía, no se da cuenta que es sólo un vulgar ladrón, pirata, pinocho, mercenario, asesino, y un millón de calificativos más, que únicamente a los que nos gusta leer y estar informados, no nos puede engañar.