Recientemente me encontré con unos de mis libros más leídos durante mi juventud, un libro que me dio mi comadre Yolanda Martínez de Pellitero, fallecida recientemente en España, paz a sus restos, me lo regaló cuando yo estaba estudiando segundo año de Normal; para nosotros los venezolanos, eso significa que estaba estudiando para ser maestra, ya había obtenido el diploma de Secretariado Comercial, el cual hice en un internado con las monjas Adoratrices en Caracas, durante tres años; mi querida escuela, a la cual le debo mi formación de valores de trabajo, y más.
Lo cierto del caso es que sentí un impulso cuando lo ví y empecé a "hojearlo" y a "ojearlo"; hojearlo porque pasé sus hojas y ojearlo porque mis ojos eran los encargados de mirar, cuando me detuve en Eco y Narciso...pude leer
"Eco, hija del aire, amaba a Narciso con tanta pasión, que le seguía por doquier, lo seguía por el bosque, cuando cazaba, cuando iba a la fuente a recrearse, inclusive, iba detrás de él hasta a los más alejados desiertos, con la esperanza de escuchar de su boca alguna palabra favorable, una palabra de amor, una mirada cariñosa, una prueba de afecto.
Pero nada, toda esa persecución, ese embeleso, ese encanto, era inútil, sólo obtenía de él un obstinado desdén, por qué?..., se preguntaba, eso era lo único que podía obtener: NADA.
Abatida totalmente por la tristeza, llena de vergüenza, por haberse rebajado tanto tiempo, sentía la humillación en cada gota de su sangre, en cada célula de su piel, y decidió, sin pensarlo, llena de dolor, caminó, caminó, se fue a lo más intrincado de los bosques, miró dónde estaban los antros y las cavernas, caminó en su búsqueda, los encontró, se dividió, se introdujo, perdida con tal agotamiento, sus huesos flaquearon, y sus huesos se convirtieron en peñascos, metamorfoseados y lo único que quedó de ella fue su voz, el eco de su voz, que hoy se escucha cuando alguien eleva su voz entre los árboles del bosque, entre las aguas de los ríos, entre las piedras del monte.
Pero, mientras tanto Narciso, seguía en otra onda, él estaba extasiado en un doncel de rara belleza, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liriope, lo que hacía que no mirara para nada a Eco, porque su atención estaba en otro centro, en otro corazón.
Al venir al mundo la ninfa Liriope, consultó al adivino Tiresias, porque necesitaba preguntar sobre el porvenir de ese niño y obtuvo por respuesta que "Narciso llegaría a edad avanzada si no se daba cuenta de su belleza"
Pero el destino se encarga de abrir las experiencias como abanico, para que los seres humanos podamos luchar con nuestros propios monstruos y no ser engullidos por ellos.
Un día Narciso se encontraba caminando por el bosque, se encontró las límpidas aguas que como el reflejo de un espejo le devolvía una mirada apasionada, se enamoró perdidamente de ese ser que quería abrazar, tomar con sus manos, atraerlo hacia él, disfrutar de su presencia, de su amor, ya no quiso alejarse de él; cuanto más lo contemplaba, más lo amaba, mayor era su loca pasión, suspiraba, le tendía las manos, los brazos, lo llamaba, le lloraba con lágrimas amargas, lágrimas de despecho y de dolor.
Pero el objeto de su amor no respondía, y se quedó allí, inmóvil, junto al espejo de las aguas, lloró, se cubrió el rostro con las manos, se abrazó el cuerpo, y poco a poco en posición fetal, su cuerpo se fue consumiendo de inanición y melancolía"
Las ninfas bajaron de la montaña, observaron desde lejos como Narciso expiraba y sin poder contener sus gemidos de dolor, se dipersaron por toda la comarca y congregaron con grandes gritos a sus compañeras, para que vinieran a efectuar los funerales en honor a su amigo; prepararon coronas de ciprés, y se fueron caminando lentamente hacia la fuente fatal, pero ¡Oh! qué ha pasado, no está el cuerpo de aquél a quien tanto lloran, sólo que en su lugar, ven brotar una flor, una nueva flor que fue consagrada a Plutón, a Proserpina y a las Euménides y le ponen el nombre de NARCISO.
