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martes, 23 de junio de 2020

PARADOJA

                                             

Nos descubrimos una hermosa mañana de primavera, cuando percíbiamos el peso de la naturaleza, los árboles de frondosos follajes, el olor de las frutas que nos impulsaba a atravesar la campiña una y otra vez, en busca de emociones, bajo un cielo despejado y nítido, como el agua rivereña de altas latitudes.
Después de disfrutar de su compañía por ciudades, valles, montañas y aguas; él con ese amor oblativo que siempre me demostró, me ofreció un nido de amor construído con sus propias manos, esmero y mucha querencia, buscando los mejores materiales para que fuera digno de mí, me sintiera como una diosa, dueña del mundo y lograra así sentir paz en mi alma y regocijo en mi corazón, -espectacular- le dije, y sin pensarlo dos veces, asombrada, lo amé mucho más, y una y otra vez nos arrullamos.
Mi hogar, de paredes acogedoras, me invitaba a la pulcritud, todo debía estar en su lugar, ni una brizna de paja traída por el viento permitía en la entrada; vecinos había, pero solamente ¡Buenos días! ¡Buenas tardes! ¡Buenas Noches!, no había visitas, ni nosotros las hacíamos, sólo dedicábamos el tiempo a nuestra laboriosidad y ternura
Los días pasaban inexorables, como ha sido siempre el tiempo, para bien y para mal, como buenaventura o como experiencia dolorosa; disfrutaba del afecto de mis hijos, de sus requerimientos, miraba por sus ojos, suspiraba con sus revoloteos, los atendía en exceso, desesperada, porque sentía muy dentro de mi, que su necesidad era mi propia necesidad, que si dejaban de respirar yo también moriría; cómo no amarlos, si eran tan frágiles como una ramita seca, o como una escurridiza semilla de guayaba, eran tan dulces, tan inofensivos, tan demacrados que apenas podía observar el color de sus caritas.
Los amé con delirio, sobreprotegiéndolos, sobre todo si su padre no llegaba en su momento justo para atenderlos, le demostraba tal acritud, que el pobre se alejaba observando mi comportamiento, hasta por un medio día, donde pataleaba, gesticulaba, me abalanzaba sobre él para agredirlo, aún así  siempre se mantuvo paciente. Yo no sé cómo lo hacía, pues me esquivó muchas veces, y nunca tuvo ni un reproche, ni un alejamiento.
No me podía explicar el por qué de mi actuación, en vez de mantener la paz en mi dulce hogar; yo no tenía más nada qué hacer, por qué la rabia escondida dentro de mí, me obligaba a perturbar su felicidad, que sólo consistía en vivir a mi lado, pues cuando yo me rezagaba, oía sus dulces llamadas una y otra vez, para recibirme retozón en cuanto me acercaba.
Dios mío, el inexorable pasa lentamente, y nosotros seguimos rutinariamente viviendo. Un día me levanté bien temprano a observar los amados hijos y...¡HORROR! hay uno que está inmovil, lo beso muchas veces, lo toco, lo muevo, pero ¡nada!, lo aparto con mi cuerpo y lo lanzó fuera, ¡Fuera de mi!, ¡Fuera de nosotros!, que lo amamos y nos abandona de esta manera... así sin despedirse. No quiero saber de él, ni siquiera volveré a mirar dónde está; -¡Que se lo coman los bichos en la tierra! ¡Que sirva de alimento, por lo menos a la tierra que lo recibió!...Yo estaré bien, mis ojos nunca derramarán una sola lágrima por él..
Todo era cantos y alegría, seguíamos el ritmo natural, pero vuelve mi vida a perturbarse, cuando un intruso se asoma a nuestro hogar, y lo destruye, todo desaparece de repente; me quedo sola, desde ese momento no pude volver a mi casa, ¿A qué?
-Si allí no estaba el motivo de mis desvelos
Vagué,vagué mucho, cada árbol representaba un remanso, y al final lo encontré, cabizbajo, oteando el horizonte, nos miramos y nos adentramos en el mundo maravilloso de nuestro amor, sólo de nuestro amor de pareja, pero..y nuestro hijo?
-¿Dónde está nuestro hijo? ¿Qué hizo el destino con él? ¿A dónde lo botó este torrente? ¿Me lo habrá golpeado? ¿Lo habrá maltratado? ¿Mi cuido habrá servido de algo? ¿Seguiría o no mi ejemplo?
Pasan los minutos, los segundos como pesados fardos cargados de piedras; voy y vengo buscando a mi hijo, no hay lugar que no mire para llamarlo, no hay sonido que no escuche para descifrarlo, no hay cuerpo que no toque para sentirlo, hasta que al fin me oigo llamar y encuentro a mi pequeño preso, ¡Preso!, mi hijito ¡Preso!, pero si le ofrecí el mundo entero para que lo atravesara, le alimenté su alma y su cuerpo para que volara con alas fuertes, quería un vuelo raudo contra el viento y las dificultades, QUERÍA, Quería, quería, quise.
Hoy lo alimenté y calmé muchas veces, su alma desesperada por los barrotes, se abrió con sentimientos ambiguos, dulces e insospechados; estuve tan cerca como pude de su dolor, pero hoy no debo, ya es tarde para consentirlo, ya es tarde para salvarlo; un mundo a donde yo no me permito entrar, y secamente, con inercia, le ofrecí una semilla, dos semillas, que ciertamente su corazón no soportaría...
-¿Su presidiaria, lo soltaría el día que tenga las alas fuertes? o por el contrario...
-¿Me entregaría un despojo? ¿En qué condiciones me lo devolvería? ¡Dios mío! ¡Dios del universo! ¿Qué debo hacer?, -Señor, lo entrego en tus manos, dispón tú sobre su vida.
De lejos, lo veo caer y al final yace en el piso de su propia jaula, mientras yo me voy volando a encontrarme con la luz de mis ojos, mi adorada familia. 
Me siento rodeada de preguntas acosantes: -¿Por qué no hay una lágrima en mis ojos? ¿Por qué no tengo compasión para mis hijos? -Si ese ser y otros salieron de mí, por que no hay un pensamiento de amor o de dolor para ellos? Soy como un títere en manos del destino, que me obliga a actuar así, ciertamente, es lógico...es mi naturaleza que se impone, soy tan débil, que no puedo torcer los hilos del destino.
Hoy en mi recién estrenado nidito de amor, con otros hijuelos que me llaman y pían desesperados por hambre, mi llegada, me doy cuenta que sólo soy una pajarita de satinadas plumas de alas verdosas, cuerpo amarillo y copete con rayas negras, con un hogar ubicado en la parte superior de un poste, y que por favor pido que no vuelvan a destruir, con sus miradas.