La madre de Victoria, se compró un chocolate de 100.000 bs para darse un gusto en Navidad.
Lo dejó en su cartera y se olvidó del fulano chocolate.
Al rato Vicki de seis años de edad pasó tocando, palpando la cartera..y tocó algo inusual, abrió la cartera y vió una hermosa figura rectangular de color marrón oscuro, un delicioso olor inconfundible, un exquisito aroma a chocolate, que humeando ese inconfundible perfume la invitaba a saborearlo; lo tomó en sus manos, lo pasó varias veces por sus fosas nasales y se decidió.
Abrió el paquete y pensó: ¿por qué no? Es sólo una esquinita lo que voy a probar.
Lo partió, lo probó......y sabor a flores, música celestial, se sintió princesa, con una pintura de uñas con escarcha que brillaba en la superficie y la hacía entrar en un remolino de estrellas...cuando de repente en el papel no había ya chocolate; y salió corriendo, miles de preguntas recorrían sus conexiones neuronales:
¿Qué había pasado?
¿Habría sido ella la que se había comido el chocolate?
¿Pero... cuándo?
¿En qué momento?,
si ni siquiera lo había degustado,
corrió con el papel metálico en las manos, a esconderse, como Adán y Eva después de comer la manzana;
ningún escondrijo le era suficiente, hasta que en un momento escuchó
- ¡¡VICTORIA¡¡
