Cuando escucho las palabras "me siento mal", creí que era sobre algún noviecito y por él se sentía mal. Total que me dispuse, busqué mis cartas, preparé la mesa y empezó la lectura, ella al ladito mío en zozobra, me imaginaba su corazoncito todo alborotado, porque sería la primera vez que a ella, alguien muy cercano, su maestra de primer grado, iba a realizarle un acto de adivinación. En la combinación que le apareció estaba el caballo de basto rodeado de todas las espadas, la que especialmente veía era el cuatro y el cinco de espadas que significa problemas graves, faltan dos espadas que no recuerdo cuáles eran. Mis palabras fueron: _Alana, te vas ahorita para tu casa, te encierras, no hables, no discutas con nadie, no le vayas a responder a tu mamá, si es posible te acuestas y dejas que pase el día, porque aquí tienes un problema muy grande, no te lo vayas a buscar en la calle.
Ella asintió con su cabecita, tranquila, pero yo ignoraba cómo estaba su corazón, sería ya como cuatro de la tarde, 21 de diciembre; en su casa estaban esperando el espíritu de la Navidad, su madre estaba arreglando todo para que este espíritu llegara y encontrara el hogar perfecto, como sólo ella sabía hacerlo.
No puedo relatar esto, sin que duela; la niña se fue a su casa, yo me quedé con la preocupación de que no cumpliera el consejo que le dí, dejé mi puerta de la calle abierta y pude observar cuando un grupo de jóvenes de ambos sexos se detuvieron y llamaron a mi hija: ¡Mai!, vente vamos hasta Corocito a buscar al novio de X, vamos y venimos, ella respondió: _¡NO!, se lo pidieron de nuevo y la respuesta fue la misma, un rotundo ¡NO!; estaban todos, entre ellos Alana, esperando el espíritu de la Navidad, con ropa nueva, algunos con zapatos nuevos, chicos alegres, confiados en la vida, esperanzas a flor de piel, empezando a vivir, que pensaban disfrutar de ese día al máximo, tomarse la copa de la felicidad hasta su última gota. No había el reloj marcado los cinco minutos, cuando veo a mi amiga, su madre, pasar descalza, corriendo por la calle, iba al encuentro de su crucifixión, la niña tirada en el piso, herida en el cuello por la bala de un chico habitante de esa calle que disparó, después de quitarle un par de zapatos a uno de los muchachos y ordenó: _¡Ahora corran!, escondido debajo del puente, drogado, sin conciencia, abrazado por las fuerzas oscuras del averno, disparó al aire, qué hizo que su bala no llegara a las nubes? sino que se doblara para buscar el alma más pura de ese grupo, como ofrenda al Espíritu de la Navidad.
¡No lo sabemos!, ¡Lo ignoramos!
Fue llevada a Caracas, sólo permaneció siete días en este mundo y falleció a fin de año, fueron las fiestas con sabor de amargura, de lágrimas salobres rodando por nuestras mejillas, de todos, chicos, grandes y ancianos, todos en un sólo corazón, con un único dolor: Alana, con tan sólo 16 años, excelente alumna, se fue con su alegría, con su risa, con sus chistes, con todo lo que representaba su fisonomía para todos nosotros. A mí, me faltó valor para ir a verla, ni siquiera a veces podía rezar en los novenarios, o me quedaba afuera para irme inmediatamente a mi casa a secarme las lágrimas.
El dolor era tal que la madre puso su foto en la sala, con flores frescas y no quería dejar de hacerlo, hasta que soñé con la niña que me dijo que estaba presa en el techo de la casa, que allí estaba en una silla de extensión, con una mesita, que no se podía mover de ahí, que no la dejaban salir; este tipo de cosas sucede cuando queremos atrapar esas almas en nuestra existencia, sólo mirando nuestro dolor y no queriendo aceptar que ellos tienen otra vida que experimentar y cumplir, en donde sea y como sea.
Desde ese momento que supe del impacto de conocer la vida de otros, boté las cartas, porque si no puedo entender y acertar para salvar no debo conocer, y como dicen en mi pueblo: "Uno no puede meterse a brujo sin conocer la yerba"