Hace mucho tiempo, por cierto tenía mi carrito, estaba joven, sin obligaciones, pasé por la carretera de Mendoza, seguramente visitando la casa de mi amiga Omaira, bueno de su mamá y había visto en una de esas vueltas que había un lugar donde vendían huevos de codorniz, y me dije, voy a comprar en algún momento, que tenga el dinero y el tiempo; ese día pues tuve la decisión, me detuve en el portón, me bajé del carro, llamé, esperé y esperé...nada..no salía nadie o alguien; volví a llamar...alto...más alto, pegué un grito...dos...tres, nada, decidí montarme en mi carro y devolverme a mi casa; abrí la puerta del carro, me senté y ví cuando se abría la ventanilla del portón y aparecía la cara de un joven catorceañero, regordeto, cachetes sonrosados, blanco europeo, que me llamó: -¡Hey! ¿Qué quiere?. Yo, sin vacilaciones de ningún tipo, le contesté en voz alta, clara y sincera:
¡Dame una docena de huevos de avestruz!
El muchacho, se dio la vuelta, con la cara muy seria, se tardó bastante para entregarme una bolsita con los huevos de.....
Qué pena cundo me dí cuenta de mi error, traté de no pasar más nunca por ahí, o de pasar rapidito y cuando quería comerlos otra vez, me iba al automercado, y aprovechaba de comprar la salsa de tomate y la mayonesa.
