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lunes, 12 de abril de 2021

¡BAJA DE LA MATA!, ¡POR FAVOR!


 Uno de los cuentos que la tremenda de mi abuela hacía, antes de fallecer sus progenitores, porque vamos a recordar que primero murió él y después la mamá, cuyo nombre era María de Barreto y venían migrando de las islas Canarias, y cuya desaparición se efectuó cuando mi abuela tenía seis años de edad, una edad terriblemente complicada, porque el niño se está asentando a la tierra, está tomando fuerza para decir: éste soy yo, esta es mi personalidad, véanme, miren lo que hago.



Pues esta niña de cinco años o menos se iba a observar los animales de su hacienda, entre los que más le atraía estaba la cochinera, donde había cochinos de diferentes tamaños, ella buscaba una cochina grande que pudiera con ella ya que se le montaba encima, la abrazaba durísimo en el cuello; la cochina al sentir ese abrazo feroz de los bracitos infantiles de mi abuela, pegaba la carrera como corcel desbocado, pegando saltos y más saltos para quitársela de encima, como no podía, corría por toda la hacienda con su carga, mientras obreros, empleados y familia se reían a carcajadas escondidas, temerosos de que la cochina pudiera atacarla, morderla o la pateara para zafarse de ella, después que la cochina con su carga paseara por todos los corrales espantando a los demás animales, se dirigía al cochinero y bramando como sólo un cochino sabe hacerlo y en un último esfuerzo  la lanzaba en el pantanero, pues no saldría Justina lastimada, ya que a la menor oportunidad de descuido volvía otra vez en sus andanzas; mi abuela se levantaba corriendo del pantanero mientras los obreros, empleados y familia la agarraban para llevársela a su mamá que la estaba esperando con abundante agua, jabón, el cambio y un regaño. Acto seguido, después de bañada, peinada, cambiada con ropa limpia, con sus zapaticos bordados  con piedritas semi-preciosas comprados en las Antillas, salía corriendo a buscar una mata de eucalipto y moneaba hasta llegar a la punta, se abrazaba bien, igual que con la cochina, y el viento la bamboleaba de un lado a otro, mientras abajo su mamá le gritaba: ¡Baja Justina!, ¡que no te voy a regañar!, ¡anda mi amor! ¡baja por favor!.

Así sucedieron los días hasta que los padres desaparecieron, él probablemente de diábetes porque tenía una prótesis que había sido comprada en Alemania, pierna completa, y ella muere después, del dolor de la soledad, del primer amor, del compañero de la patria amada que se fue y la deja teniendo que encargarse de una hacienda, algo nuevo para ella y ni siquiera el amor de las hijas le hace adherirse al nuevo terruño, así que ella se va detrás del amado y las tres niñas fueron entregadas a hogares diferentes: Justina, de seis años, a su primo Cirilo Cróquer Barreto y su esposa, las otras dos hermanas María de Jesús y Guillermina a otros hogares diferentes. Las tres culminaron sus días rodeadas de sus numerosos nietos.