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martes, 8 de marzo de 2022

YARIMAI Y LOS COCUYOS

 La autora de este cuento es la escritora Mercedes Franco, y dice así:


La mayor diversión de Yarimai, niño pemón, consistía en atrapar los cocuyos que danzaban entre los árboles en las noches de Guayana.

Los perseguía hasta los límites del poblado y cuando lograba reunir muchos de ellos, los introducía en una taparita que él mismo había arrancado de un árbol y vaciado. También le había hecho unos agujeritos muy pequeños, por donde no podían escapar los insectos.

Colgada en un rincón de la choza y llena de cocuyos, la taparita vertía una luz como de luna. Yarimai gozaba con este espectáculo, pero los pobres cocuyos sufrían prisioneros rebotando contra las paredes de la tapara, sin poder gozar del frescor de la noche.

Al amanecer, Yarimai las liberaba diciendo: ¡Fuera todos! ¡Ya ustedes no brillan! ¡Fuera!

Entonces los cocuyitos, tristes y maltratados salían huyendo desesperados a referir a los otros la historia. Una noche la tribu entera estaba de fiesta. Sólo Yarimai no danzaba, estaba tan ocupado en perseguir a los cocuyos que no se dio cuenta de que estos tomaban dirección a la selva. 

Pasado un rato largo sintió sueño y como la taparita estaba llena, quiso regresar. Entonces comprendió que se encontraba muy lejos de su aldea, en medio de la selva y no sabía volver.

¿Qué voy a hacer ahora? -gemía- ¡Podría venir ahora un tigre, a devorarme!. ¡Quizás me muerda una culebra! En ese momento oyó una vocecita que susurraba: ¡Yarimai! ¡Yarimai! Vio un cocuyo grande, que iluminaba una gran hoja. Cocuyito amigo, suplicó, alúmbrame el camino. ¡Ajá! contestó el cocuyo ¿Conque tienes miedo?, pues nosotros también sentimos miedo cuando tú nos acosas y sabemos que en cualquier momento nos atraparás.

El niño se sintió avergonzado y sus ojos se llenaron de lágrimas. Quitó el tapón a la taparita y todos los cocuyos prisioneros escaparon contentísimos.

Yarimai ocultó la cara entre sus manos y cuando las quitó vio cuando los cocuyos formaban una gran faja luminosa. La siguió y así llegó hasta la puerta de su choza.

Sus padres se extrañaron al verlo llegar rodeado de aquella nube parpadeante. Pero más se extrañaron todos los habitantes de la aldea, cuando se dieron cuenta de que Yarimai había abandonado su diversión favorita.