miércoles, 17 de junio de 2020

BEATRIZ, MI AMIGA

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Cuando trabajé en el campo, me gustaba compartir con las personas que tenía como representantes, las escuchaba y me sentía bien, me contaban sus historias del más allá y yo le contaba las mías, que eran inacabables; así hice buenas amistades, que actualmente me invitan a participar en sus actividades, a las que me niego por falta de transporte, ahora por la cuarentena, pero lo cierto es que se me hace muy  difícil salirme de mi espacio, de mi comodidad.

Una de mis amigas con la que solía tener grandes conversaciones era la señora Beatriz, una anciana espectacular, que fue enfermera en sus tiempos de juventud y cuando yo la conocí se dedicaba a curar a los enfermos con su conocimiento de las plantas; todos los lugareños se acercaban hasta ella para remediar sus dolencias.  En una oportunidad, ella observó que un chico del mal proceder estuvo sentado en las escaleras de la escuela día y noche, mirando para su casa, por supuesto, todo el mundo asustado, y ella mortificada porque el muchacho no dejaba de mirar y mirar pero sin decir nada. Ella vio como pasaban las horas, un día, la noche, el día siguiente , hasta que se dejó de la zozobra que le procuraba el muchacho y salió, lo encaró, le preguntó: - A usted qué le pasa?...
El muchacho, se levantó cojeando, y le respondió: -Es que estoy herido y necesito su ayuda.
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Ella, suspirando ya de alivio, lo invitó a pasar, para escucharlo, revisarle la herida, limpiarlo y mandarlo a su hogar, con la promesa de parte y parte que debía hacerle otras curas hasta verlo sanar.
Por supuesto, el muchacho fue un eterno agradecido de Doña Beatriz que con sus conocimientos, sabiduría y servicios atendía a la comunidad de Súcuta, con amor, dedicación y altruismo, hasta el momento de ir a entregarse a una mejor vida.  
Hoy su historia, mañana sus historias