Una de mis amigas con la que solÃa tener grandes conversaciones era la señora Beatriz, una anciana espectacular, que fue enfermera en sus tiempos de juventud y cuando yo la conocà se dedicaba a curar a los enfermos con su conocimiento de las plantas; todos los lugareños se acercaban hasta ella para remediar sus dolencias. En una oportunidad, ella observó que un chico del mal proceder estuvo sentado en las escaleras de la escuela dÃa y noche, mirando para su casa, por supuesto, todo el mundo asustado, y ella mortificada porque el muchacho no dejaba de mirar y mirar pero sin decir nada. Ella vio como pasaban las horas, un dÃa, la noche, el dÃa siguiente , hasta que se dejó de la zozobra que le procuraba el muchacho y salió, lo encaró, le preguntó: - A usted qué le pasa?...
El muchacho, se levantó cojeando, y le respondió: -Es que estoy herido y necesito su ayuda.
Ella, suspirando ya de alivio, lo invitó a pasar, para escucharlo, revisarle la herida, limpiarlo y mandarlo a su hogar, con la promesa de parte y parte que debÃa hacerle otras curas hasta verlo sanar.
Por supuesto, el muchacho fue un eterno agradecido de Doña Beatriz que con sus conocimientos, sabidurÃa y servicios atendÃa a la comunidad de Súcuta, con amor, dedicación y altruismo, hasta el momento de ir a entregarse a una mejor vida.
Hoy su historia, mañana sus historias
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