martes, 13 de julio de 2021

MÉDICO Y SANTO

Un intelectual venezolano, cuya muerte dejó un gran vacío en la ciencia, en la religiosidad y en las letras, colaborador también de "El Cojo Ilustrado"  en su camino diario al hospital donde trabajaba, pasaba todas las mañanas ante una humilde casita donde solía jugar un grupo de chiquillos, donde correteaban, jugaban con pelotas de papel, papagayos con pabilo, perinolas, aros de metal y otros.  

Un día pasando por ahí, los miró y se detuvo a verlos en sus correrías y echó de menos a uno rubito y alborotador, al siguiente día se detuvo igualmente a contemplarlos, pero tampoco lo descubrió, por lo que le preguntó a los otros:

-¿Dónde está el rubio? 

-¡Ha enfermado señor! 

Le respondieron, dicho esto, entró en la casa y en la última habitación, acostado en un lecho constituído por un montón de guiñapos, vio que yacía el enfermito, por lo que inquirió a la mujer que lo velaba, una humilde trabajadora, que asistía con cariño a su hijo, por lo que le pasaba, le respondió que... un... curandero...., 

Bien!, dijo nuestro hombre: 

Desde hoy le cuido yo

-¿Y quién es usted?, replicó la interpelada, 

-¿Yo? ¡Un médico!, se limitó a contestar.

 Aquel ángel tutelar se llamaba José Gregorio Hernández.

Poco después, el Santo venezolano, visitante, que se complacía en aplicar a las almas, como a los enfermos de su clínica, la terapéutica que en cada caso convenía, volvía cargado de alimentos, golosinas y juguetes.  Al despedirse dejando al niño gozoso y tranquilo, como resucitado con aquella medicación original, sosegó a la madre con estas palabras: 

Su hijo no está enfermo!

Su padecimiento se llama "tristeza de la miseria

Diagnóstico verídico que sólo podía ser formulado por quien además de ser Médico, era un Santo!



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