jueves, 21 de enero de 2021

GANANDO, AL LEER BIEN


En mi época de internada en el colegio de las monjas Adoratrices, pues llegué con una buena condición, que fue la de que sabía leer bien, por lo que me libré de realizar labores del hogar, muchas labores de cocina, como lo eran cocinar, fregar platos, cubiertos, recogerlos, pasar coleto. ¡Uy!, ¡una olla de cubiertos!, ¡unas rumas de platos!, ¡pocillos!, ¡platicos de postre!; ¡eso era un horror!, que nunca ví de cerca, sino de lejitos cuando escuchaba ese zaperoco que estaban limpiando, mientras yo consumía mis alimentos con toda la calma del mundo.
La historia fue así, la hermana que nos cuidaba me puso a leer y vio sorprendida que leía muy bien, tenía en ese entonces doce años, me dijo que al día siguiente iba a leer a la hora del desayuno, y así fue, esa fue una prueba, me llevaron al púlpito, me monté y dí inicio a mi lectura.

Quedaron las monjas y las novicias encantadas con mi lectura, y de allí en adelante, me encomendaron que leyera en el desayuno, almuerzo y cena, peeero yo no estaba contenta con esa deferencia tan fastidiosa, y entonces empecé a maquinar cómo quitarme esa molestia de encima, y me dí a la tarea de leer como si me estuvieran persiguiendo, sin comas, puntos ni señales. Las monjas al escucharme con esa ametralladora, llegaban ante mí y me decían dulcemente: _Josefina, no corras tanto, mira que cuando escuchamos una palabra y queremos analizarla, ya tenemos 20 más que no hemos identificado, por favor hazlo con calma. 
Para mí aquello no importaba un comino, ni siquiera me daba cuenta de las ventajas que eso me proporcionaba, yo no hacía el oficio que las demás muchachas desempeñaban con rabia, flojera o asco, o quizás nunca lo habían hecho, y yo estaba a salvo por qué?, por tener un conocimiento o destreza que las demás no tenían.
Tampoco me recuerdo en la cocina, ni cocinando, ni haciendo preparaciones, porque la primera vez me dieron una tortera para que echara diecisiete huevos para batirlos, los rompí en ese envase y no los veía, no los miraba, porque cada vez que lo hacía me daban ganas de vomitar, y me encorvaba, y me tapaba la boca, por lo que la monja me quitó la bandeja antes que se le perdiera el recurso y que sólo me quedara mirando: "Poechita, taba muy chiquita"


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