Había una vez una hermosa ciudad, llena de torditos, que son esos pájaros de plumaje negro y brillante que suelen aparecer por las ciudades y darnos picotazos en nuestras cabezas, más palomitas, turpiales, tucusitos, también armonizaban el paisaje las acacias, sakura y mangos, lechozas y guayabas; bueno, lo cierto del caso es que en esos bellos parajes, de calles limpiecitas y casas recién pintadas, una niña de hermosos ojos color ágata de fuego, se despierta bien temprano para dirigirse a la escuela, que le queda en el frente de su hogar; después de su aseo personal se viste y se dirige al comedor a esperar una suculenta arepa que le prepara su papá en un sartén eléctrico, y la cual ella ávidamente, come.
Ese día las redes eléctricas caen por una lluvia con muchos truenos que había sorprendido a la comunidad, dejando a obscuras todas las dependencias del hogar y por supuesto no había forma de prepararle el desayuno a la niña de ojos color de ágata de fuego, pero aún así, la llevó a su escuela.
Cuando la niña llegó a su aula, se sentó con la mirada triste al contemplar a sus demás compañeritos que degustaban deliciosamente sus desayunos, sin percatarse que su maestra se dirigía hasta ella con una linda y transparente lonchera que tenía algo dentro y la invitaba a abrirla;