El príncipe Iskender era hijo de Darrab, rey de Persia, y la princesa Rumi. A la muerte de su padre, Iskender le sucedió en el trono, y durante largos años Persia gozó bajo su reinado, de un esplendor y gloria sin igual. Entre los muchos sabios y letrados que el rey invitaba a su corte, uno de ellos le preguntó: -Cuando un monarca ha llegado a la cima del poder, cuando ha hecho todo para asegurar la felicidad de sus súbditos ¿Qué otra meta podría alcanzar?. Otro sabio levantó la mano y contestó: -¡La paz del espíritu! -¡Hay algo todavía más importante! replicó un viejo mago. ¿Cuál es? -¡La inmortalidad! Iskender replicó: -La inmortalidad es imposible de alcanzar, lo sé bien. -¡Nada es imposible Señor, para quien tiene suficiente voluntad! dijo el mago. -¡Pues bien, dime!:-¿Dónde podría encontrar la inmortalidad, preguntó el Rey.
El mago le respondió: -Sobre las costas de un mar interior, al norte del reino se extiende el país de las tinieblas. Allí se encuentra la fuente de la vida, y quien bebe esa agua se vuelve inmortal, aunque para lograrlo, se necesita un gran valor, astucia e inteligencia. Igualmente, con esas perspectivas, partió en busca de la fuente, acompañado por el mago y una pequeña escolta de sus soldados.
Tras largos días de viaje, el mago señaló una roca en la frontera del "reino de las tinieblas", para que la golpeara con su espada, el rey obedeció y de la roca saltó un chorro de chispas con una voz sorda que dijo: -Espada del Rey, ¿qué quieres de mí? - Quiero preguntarte sobre el camino que conduce al "mar de las tinieblas". A lo que la roca respondió con su gutural voz: -Busca la faz de la estrella roja y camina en su dirección hasta que desaparezca, luego da la espalda al sol levante y prosigue tu ruta; al caer la noche, cuando la luna se eleve en el cielo, te encontrarás en las orillas del mar de las tinieblas, en un país llamado Tenek-Brah; allí viven los hombres con ojos de esmeralda, ten mucho cuidado, no debes preguntarle el secreto que deseas conocer, haz que ellos te lo digan espontáneamente.
Siguiendo las instrucciones, llegaron al país de las tinieblas, oscuridad profunda y cerrada, donde había unos hombres grandes, esbeltos, negra piel, vestidos de negro, ojos color esmeralda que brillaban como luciérnagas en la oscuridad. -Forastero, ¿Por qué motivo has venido hasta nosotros? -Busco el olvido, le respondió Iskender. -Muy bien, aquí lo encontrarás, ¡Síguenos!.
-Es una gran oportunidad vivir en un país donde no se pueden ver las maldades del mundo, le dice el rey a alguien que marchaba a su lado. -Hay que saber descubrir las cosas bellas!!, fue la respuesta. En la oscuridad Iskender sonrió: -Es verdad, pero hay que tener ojos maravillosos como los tuyos para vencer las tinieblas. -¿Deseas tener unos ojos así forastero?, pues que así sea¡¡. Y en ese instante, como si hubieran surgido mil soles a un tiempo, apareció ante los ojos del rey un extraordinario paisaje: inmensos palacios, casas, calles, jardines, todo de una belleza indescriptible, sin embargo, todo era negro: la tierra, el cielo, el agua, los hombres.
Formando una larga fila, tomados de sus capas y con el Rey a la cabeza, llegaron hasta la piedra mágica, Izkender, golpeándola con su espada, preguntó: -¿Qué he de hacer para que mis fieles hombres recobren la vista? -Tus hombres, contestó la roca, se han vuelto ciegos porque tú quisiste ser inmortal; ya lo eres, pero nada se obtiene sin sacrificio, y tus súbditos hoy deben pagar por ti.
-¡No es justo! ¡No lo puedo aceptar! ¿Qué hago entonces? -Renuncia a la inmortalidad y el mago y los soldados verán de nuevo, dijo la roca.
Izkender sintió su corazón oprimido por la duda: ¿Cómo renunciar a un don que lo igualaba a los dioses, miró a sus compañeros de viaje echados por tierra, sus ojos apagados y hundidos por el cansancio y no vaciló: ¡¡ACEPTO!!
¡¡¡Y en ese instante sus ojos esmeralda, volvieron a tener el color de antes, el mago y los soldados llenos de alegría vieron nuevamente, y el Rey sintió que su corazón se hinchaba de paz y de felicidad!!!.
Tomado de Luis Boggiero en Ventanas del Alma. 1990